Una obra de arte puede permanecer años oculta, desechada
en un desván o enterrada bajo un muro hasta que, por casualidad, alguien
un buen día se la encuentra, da parte, se comprueba su valor y el
taller de restauraciones la recupera para el presente y el futuro. Suena
a fábula, pero no lo es. Como prueba, dos ejemplos: la imagen de San
Pablo, de la iglesia de San Miguel de Vitoria y la Andra-Mari del pueblo
ayalés de Aguíñiga.
Estas dos esculturas, que yacían en el olvido, han
recuperado su lustre gracias al buen hacer de las especialistas -casi
todas son mujeres- del servicio foral de Restauraciones o de las
empresas que la Diputación subcontrata porque su taller no da abasto. De
la escultura de San Pablo no se tenía noticia pero estaba ahí,
escondida en un armario, debajo del fuelle del órgano de la iglesia que
preside la principal plaza de Vitoria. «Le falta la espada y el mechón
de pelo que le caía sobre la frente, pero el resto está muy bien. Es una
imagen muy manierista. Ha sido un gran hallazgo», dice Cristina
Aransay. Como prueba de que es así, la jefa del servicio foral de
Restauraciones da la vuelta al santo para mostrar que la imagen
sonrosada es, en realidad, un tronco de árbol que talló un artista
anónimo un buen día del siglo XVIII. «Nunca se ha expuesto, así que
ahora irá al museo de Arte Sacro porque se trata de una pieza
descontextualizada».
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